martes, 1 de diciembre de 2009

2da. MENCIÓN. CUENTO

CELOS

Miró su reloj y esbozó una sonrisa. Una hora significaba mucho más que unos mezquinos minutos robados a lo cotidianeidad. Una hora alcanzaba para sorprender, para disfrutar de lo que la tiranía del tiempo mata a golpes de “hoy no puedo”.
Se dio prisa. Compró chocolates y dos entradas para el cine. Sería diferente, intencionalmente divertido, un atardecer de seducción.
Tomó su llave, la introdujo despacio y abrió la puerta con la misma emoción que un niño rompe el envoltorio de un regalo. Esperó sorprenderla …
Allí estaban los dos. Él los miró. Era una visión helada atravesada por el aullido violeta de esa herida muda. Vio en aquella escena su vida entera desvanecer, como si una espada le cercenara los sentidos.
Lo sabía, claro que lo sabía. Fue la propia ponzoña de su sospecha que lo llevó a planificar una tarde de amor. La sed de controlarla y de que todo su ser le perteneciera habían envenenado su alma hasta secarla. Sólo un instante sintió deseos de llorar, pero no lo hizo.
Sus rostros asustados se parecían a la palabra agonía. Disfrutó del pánico que sentían. Fue una llaga dulce, una placentera herida. Dio rienda suelta a su furia, tomó la navaja, inspiró profundo, cobró fuerzas, levantó su puño y … todas las desgracias del pasado y los abandonos sufridos en mutismo lo sentenciaron en silencio. Como si una fuerza involuntaria habría detenido el curso de su garra, la bajó y la hundió en el fuego crepitante de sus propias entrañas.
Sólo hubo un grito seco y ahogado.
Ellos permanecieron mudos, viendo la sangre correr y arrastrar en el torrente, la fantasía del engaño.
MIRTA ZEHNDER

No hay comentarios:

Publicar un comentario