EL VASCO
Esteban Olazagaitía tenía tan sólo una vaca vieja y cansada, que circulaba alrededor de su rancho, en esta pampa extensa y milagrosa, que lo hizo surcar mares y penurias para llegar con la esperanza de ser un hacendado como aquellos vascos, que le escribían cartas y hablaban de las tierras de éste país, cómo la tierra prometida.
La guerra es cruel, su país se desangraba en luchas intestinas y el hambre es aún más cruel.
Se decidió a partir aquél día, en que su misión era sacar del cilindro hueco que une la locomotora a los vagones, ese trapo engrasado, que sus compañeros llenaban a manera de bolsa, con arroz, y enviaban al pueblo para que puedan comer sus familias, acosadas por el enemigo y el hambre.
Con su tesoro, huía perseguido por los nacionalistas que disparaban a matar, ¡por un puñado de arroz!, que no alcanzaba para que evitar el chiflido de los estómagos vacios de alimento y de esperanza.
Esteban, el vasco, como todos los días se levantaba al alba mirando al cielo y silbando aquellas canciones, del otro lado del mar, y con el balde en la mano se dirigió a su vaca que la había bautizado con el nombre de Belcha. Acarició su lomo con suavidad.
-Oye Belcha, se que los pastos están secos y duros, pero tú no sabes ¿cómo eran nuestros campos allá, después que pasaban las tropas arrasando y quemando todo?, vamos Belcha, pórtate bien y dame mucha leche, que de esto vivimos todos.
Ella como entendiendo al vasco, se preparó para el ordeñe
-Belcha, entrégame un poco más de leche, vamos amiga. Hoy quiero repartir a todos los vecinos, ¿sabes que han puesto un frigorífico, aquí cerca?
- ¡No corcovees!, no te estoy diciendo que te convertirás en bifes ni en asado, sólo te estoy contando que me he anotado para faenar en ese trabajo, que dicen, que pagan bien-
- Lo hago por ti, por la Flora, ando en amores con la Flora y con tu leche no alcanza para el casorio, es por eso que busco trabajo.-
-¡Belcha que pasa!, vamos relájate, me estas coceando y no te sale leche-, le dijo el vasco, después de largar la manea. Belcha se alzó y con paso rápido y con un mugido de tristeza se alejó.
El vasco acomodó el balde y fue tras ella -Vamos que te pasa, le dijo acariciando su cabeza-
El vasco Esteban Olazagoitía sacó el trapo de su cuello, el que usaba para el ordeñe y secó las lagrimas que derramaba la Belcha, al tiempo que secaba sus propias lagrimas…
GLADYS LOPEZ PIANESI
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