miércoles, 2 de diciembre de 2009

2do. PREMIO CUENTO

CONFESION

Señor juez, no quería hacerlo.
Le juro, rejuro que no, no quería hacerlo… Ella me provocó. Ella, la casquivana, con su ir y venir y ese revoleo absurdo de mil ojos concentrados. No me engañaba, no. Se posaba con indiferencia aparente sobre el vidrio y frotaba sus patitas una y otra vez pero en realidad estaba atenta a todos mis movimientos: en cuanto me distraía por un instante… ¡¡zzzzas!! Ahí estaba, metiendo su sensual trompa asquerosa en la azucarera o sobre la miel; sin contar las veces que la sorprendía sentada el borde del vaso metiendo cuatro de sus peludas patas en el líquido elemento o revoloteando zumbona sobre mi almuerzo… Los días de humedad se ponía más pesada y lela, su vuelo se hacía más lento y chocaba contra mi nariz o el vidrio de mis gafas cayendo atontada sobre la página del libro que estaba leyendo… ¿Usted lee señor juez? A mi, la lectura me apasiona… me apasionaba a pesar de ella chocando contra mis gafas y cayendo una y otra vez sobre el libro que estaba leyendo los días de humedad cuando ella se ponía más pesada y lela. Y sus rezongos… ¡había que soportar sus rezongos zumbones señor juez!, una y otra vez sobre mis martirizadas orejas y en la caracola de mi oído… Yo sé que ella se reía, se reía de mí y de mi impaciencia porque no entendía lo que me decía y yo le preguntaba, no crea que no le preguntaba y ella se reía, estoy seguro que se reía señor juez, aunque intentara disimular apoyando las pilosas articulaciones anteriores sobre su trompa… lo podía ver en el brillo de sus mil ojos… gozaba... ¡cómo gozaba ver reflejado refractado mi desconcierto sobre el espejo de sus ocelos!... y yo la perdonaba señor juez, la perdonaba una y otra vez, como a la otra… setenta veces siete, cuatrocientas noventa veces señor juez, para ser más exacto, ni una sola vez más señor, como a la otra. Podía soportarlo todo: sus desapariciones subversivas, inexplicables e inexplicadas, a la celda de al lado, volviendo como si nada hubiera pasado (como la otra). Pero uno tiene su honor señor juez uno puede parecer pero no ser gil, bueno sí, paciente sí, cuatrocientas noventa veces paciente, ninguna más. Por eso cuando regresó esa noche estaba atento… cuatrocientas noventa y una no señor juez, eso nunca, y aunque le rejuro que no quise hacerlo algo me superó. Hacía como dos horas que la estaba esperando, estático, en la esquina de mi lugar con el brazo levantado cuando se posó sobre la mesita, al lado de la azucarera… Dejé pasar un instante… el borde de su trompa caía con una sonrisa socarrona… todo se nubló… sólo pude distinguir sus mil ojos consternados cuando la Sagrada Biblia cayó con todo su peso. Quien siembra vientos cosechará tempestades
¿Usted lee señor juez?

MABEL FERNÁNDEZ ALBELO

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